Me declaro culpable pero también víctima. Culpable por mi adicción a lo dulce pero también víctima de una falta de control en la producción de alimentos. Ahora lo noto cuando como un yogur natural y “no me sabe a nada”. Sí que sabe y mucho, pero tengo el paladar acostumbrado a alimentos con un exceso de azúcar (y sal, pero eso es otra historia).
Es cierto, nadie me puso una pistola en la cabeza para empezar a “azucararme” desde pequeño, pero como yo existen millones de personas. Por suerte, las cosas parecen estar cambiando. Mientras las generaciones más jóvenes muestran un mayor interés por comer sano, las empresas toman notan y varían en la medida de lo posible sus recetas para adaptarlas a los nuevos gustos. Si hablamos, por ejemplo, de yogur con frutas, según diversos estudios se percibe una reducción del nivel de azúcar con respecto a los mismos yogures de hace años.
Pero no es fácil que las empresas cambien, sobre todo las más grandes. Lo hemos visto con la polémica del aceite de palma. Las empresas que lo usan podrían tener pérdidas millonarias si cambian su receta, lo que supone cambiar de ingredientes, buscar el mismo sabor con otro aceite, etc. A buen seguro que si no costase dinero cambiaban el aceite de palma por otro, pero no es tan sencillo.
Lo mismo sucede con el azúcar. Algunas marcas de bebida han logrado poner de moda otros sabores, con el apellido ‘zero’ (en su día era light). Eso es lo que vende ahora: el consumidor no quiere algo ‘ligero’, sino algo que lleve ‘cero’ azúcar. Si tomamos un yogur con frutas con menos azúcar notamos que el sabor es diferente, pero no es tan difícil acostumbrarse. Con todo, el azúcar se cambia por otros compuestos que también podrían son dudosas. ¿Y si en el futuro se descubre que el remedio es peor que la enfermedad?
Pero eso también es otra historia. De momento nos conformamos con hacer caso a los expertos y tratar de empezar a saborear un mundo menos dulce, pero más saludable.