Siempre me han fascinado las flores, su belleza efímera y el poderoso lenguaje que encierran. Pueden celebrar la alegría más vibrante o expresar la tristeza más profunda. Fue quizás esta dualidad lo que despertó mi interés, un interés que me llevó a querer aprender sobre un tipo de arreglo floral muy específico y cargado de significado: los centros para difuntos. Y decidí hacerlo aquí, en Ferrol, buscando algún lugar o persona que pudiera enseñarme la delicadeza y el respeto que esta labor exige.
No es un tema fácil, lo sé. Hablar de flores para funerales es hablar de pérdida, de despedida. Pero también es hablar de homenaje, de recuerdo y de la necesidad humana de expresar lo inexpresable a través de un gesto tangible y bello. Mi motivación inicial era un poco difusa, quizás la experiencia cercana de alguna pérdida, o simplemente la intuición de que en el arte floral para difuntos había algo más allá de la técnica: había consuelo.
Encontré en Ferrol una floristería con una larga trayectoria y, tras conversar con el propietario, una persona con una sensibilidad admirable, me abrió las puertas para aprender. No fue un curso reglado, sino un aprendizaje pausado, observando y practicando bajo su guía experta. Me enseñó que no se trata solo de clavar flores en una esponja. Hay que entender la estructura del «centro», cómo seleccionar las flores no solo por su belleza, sino por su durabilidad y su simbolismo. Aprendí sobre la importancia de los verdes que acompañan, de las bases que dan soporte y dignidad, y de cómo la composición final debe transmitir respeto y serenidad.
Me explicó que los colores hablan: el blanco puro de la paz, el rojo intenso del amor, el amarillo que a veces representa la luz del recuerdo. Pero sobre todo, me insistió en la importancia de escuchar a las familias, de entender qué querían expresar en ese último adiós floral. La técnica es importante, sí, pero la sensibilidad es fundamental.
Ahora, cuando mis manos trabajan en unos centros de flores para difuntos en Ferrol, siento una mezcla de respeto, concentración y la humilde satisfacción de saber que estoy creando algo que, aunque pequeño, puede ofrecer un mínimo de belleza y consuelo en un momento de tanto dolor. Es una forma de poner mis manos al servicio del recuerdo y de acompañar, a través de las flores, en el difícil camino de la despedida. Ha sido un aprendizaje que va mucho más allá de la floristería.