El anillo solitario de compromiso encierra una promesa de fidelidad y devoción eterna entre los novios. Es una joya cargada de simbolismo: su nombre proviene del francés solitaire, en alusión al diamante único que corona su banda y que representa, por un lado, el amor único y verdadero y, por otro, la fuerza de este sentimiento y del enlace futuro (el diamante es el mineral más resistente de la Tierra).
Pero además, el solitario de compromiso no se coloca en cualquier dedo, sino en el anular o medio, conocido como ring finger o «dedo del anillo» entre los angloparlantes. Esta tradición se remonta al tiempo de los antiguos griegos, para quienes este dedo estaba vinculado con la vena del amor o vena amoris del corazón.
Esta lógica antigua entre los anillos nupciales y la vena amoris, que podría haberse originado en la Antigua Roma, fue adoptada y ampliada por los romanos. Tertuliano, Plinio el Viejo o Macrobio atestiguan esta costumbre. Este último, erudito romano del siglo cuarto, aseguraba que las pasiones y sentimientos amorosos no podían ‘escapar’ gracias a la presencia del anillo en el anular.
El catolicismo tomó el relevo de las creencias y usos del anillo de compromiso, incluida su colocación en el dedo medio, que pasaría a los solitarios surgidos durante el siglo quince después de Cristo (fue Maximiliano I de Austria quien, por primera vez en la historia, obsequió a su prometida con este anillo, popularizado varias centurias después por la joyería Tiffany’s).
Para el cristianismo, la posición del anillo solitario en el cuarto dedo vendría a simbolizar la fragilidad o debilidad del matrimonio, que necesita de la fortaleza de dos personas para sostenerse. Además, las convenciones dictan que el solitario se lleve en el anular de la mano izquierda; la alianza matrimonial, en cambio, debe lucirse en el mismo dedo de la mano derecha.