En diciembre me mandaron a la oficina otra vez después de 8 meses en casa. Nunca había tenido que trabajar en casa en mi vida, aunque tuve la suerte de que mi marido si teletrabaja desde hace años con lo que me pude ‘beneficiar’ de su experiencia y de su despacho de trabajo. Desde marzo tuvimos que compartir espacio de coworking y ordenadores. Al tener un PC y un portátil no tuvimos que pelearnos por trabajar, aunque sí que nos dividíamos el uso de la butaca cómoda dependiendo de quién tuviera el día más duro por delante.
Y aunque al principio me costó, luego me acostumbré a trabajar desde casa porque, principalmente, es más cómodo. Aunque también creo que se rinde un poco menos por la cantidad de distracciones que hay, sobre todo cuando tienes a niños que también han sido enviados a casa a ‘trabajar’. Por eso cuando me dijeron a finales de año que debía volver a la oficina en parte me agobié, pero en parte me alegré: sigo pensando que para trabajar adecuadamente debes estar en un entorno de trabajo, no en casa.
El problema es que la vuelta de la oficina no teníamos mucho trabajo. El mercado estaba parado y apenas había proyectos. En el que yo estaba destinada estaba a punto de terminar. Mi última labor era adquirir el BOX PC que nos pedían los clientes para lo que tuve que estar un tiempo negociando con suministradores, pero tampoco era algo demasiado complicado, sobre todo porque ya conocía a la mayoría de ellos de otros proyectos pasados.
Y entonces sucedió algo que no había sentido en diez años que llevaba en esa oficina: me empecé a aburrir. Y lo mismo les sucedían a otros compañeros. Ni los más viejos del lugar recordaban una situación así. Y claro, el temor a que la empresa tomase decisiones drásticas para evitar que los empleados se aburriesen empezó a sobrevolar la oficina. Yo he intentado tardar lo más posible en comprar el BOX PC para fingir que estoy ocupada, pero no me queda mucho más tiempo. Esperemos que pronto el trabajo vuelva al ritmo normal…